los te
m
plos no oyeron ni una palabra sobre el
S
ínodo en su á
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bito parroquial
. E
s de te
m
er
que aunque se explique a esa gente el te
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a del
S
ínodo y la finalidad que persigue
, m
uchas
personas no lo co
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prenderían y no verían la necesidad de ca
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biar algo que
“
sie
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pre fue así
”.
Y
a ocurrió algo parecido con ocasión del
C
oncilio
V
aticano
II
aunque entonces
,
sin e
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bargo
,
había
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ás infor
m
ación
. O
curre que el laicado fue a propósito
m
antenido en la ignorancia en
provecho del esta
m
ento clerical en la
I
glesia y de las clases do
m
inantes en la sociedad.
Incluso los escasos sectores laicos que tomaron conciencia de la finalidad del Sínodo y
participaron con sus propuestas en las fases en las que podían intervenir, lo hicieron y lo
siguen haciendo de una
m
anera que no va a contribuir en absoluto a la necesaria refor
m
a
.
E
s una opinión particular
m
ía que nadie tiene por qué compartir
,
pero no renuncio a
expresarla. Una propuesta o reivindicación de muchos participantes es la del sacerdocio
femenino. Si concluimos que la existencia del sacerdocio, con todas sus funciones
cultuales, fue un invento de la propia clerecía para empoderar a su estamento, la
inclusión de mujeres en ese estamento, si se produce, no cambiaría la naturaleza de la
institución eclesial. Hay sacerdocio femenino en la Iglesia Anglicana y sin embargo es
tan clerical como la Católica Romana.
Es decir, incluso los más entusiastas partidarios de la reforma eclesial no están
cuestionando lo que debe ser cuestionado. Aparte del tema del sacerdocio femenino está
también el asunto de las parejas LGTB, las de divorciados/as y las de los clérigos que
abandonaron el celibato. En todos esos casos se postula algún tipo de bendición eclesial
de tipo de legalización matrimonial. Quienes piden eso o el sacerdocio femenino parece
que no se dan cuenta de que por el simple hecho de solicitarlo ya le están otorgando a la
jerarquía eclesial la autoridad moral y canónica para intervenir y decidir sobre esos
asuntos. Las personas implicadas en esas formas de matrimonio “irregular” no necesitan
ningún tipo de bendición eclesial para que su forma de sexualidad sea legítima. Todas
las formas de amor son benditas ante los ojos de Dios, y ninguna religión tiene derecho
a inmiscuirse en esos asuntos. La jerarquía de nuestra Iglesia se auto-atribuyó potestad
en ese y otros terrenos para sacar provecho de las bendiciones y absoluciones que
imparte: el negocio de las indulgencias y las misas gregorianas. El Sínodo será algo
inútil si no zanja total y definitivamente este asunto de la intromisión eclesial en asuntos
que no le incumben y que no tienen ninguna relación con el proyecto de Jesús para la
construcción del reino de Dios en el mundo.
Pues esa es la cuestión. Jesús impartió una enseñanza que sí, ciertamente, va al meollo
de la problemática humana. La finalidad para la que convoca a sus seguidores es la de
construir otro tipo sociedad, en la que no se den los abusos y la explotación de unos
seres humanos sobre otros que se dieron y se siguen dando en nuestro desgraciado
mundo. Jesús se inscribe en la tradición profética que acometió esta problemática. Esa
tradición, que conocemos por el Antiguo Testamento, nos ilustra sobre la constante
contradicción entre el profetismo carismático y el sacerdocio profesional. A despecho
de la enseñanza del Maestro, la(s) Iglesia(s) que se dice(n) fundada(s) por Jesucristo se
instalaron en el sacerdocio institucional cuya única misión es la gestión del culto, y
abandonaron el profetismo carismático, el encargo de Jesús de ser luz del mundo,
levadura y sal de la tierra para construir su Reino, que no es de dominio sino de servicio
a los necesitados. Esta es la enseñanza que extraigo del Evangelio y que tiene mucha
relación con el texto de Marcos 9, 33-40.
F. Castaño .
Octubre – 2024